El nacimiento de un prodigio: la pizza

Es difícil precisar con certeza dónde nace este delicioso invento. Se tienen registros escritos desde la Grecia Antigua, en el siglo I a.C., donde ya se comía un pan plano con hierbas, especias, ajo y cebolla. Y se tienen pruebas tangenciales en Pompeya y Nápoles, donde se encontraron vestigios que indican que ahí ya se hacía algo que podríamos definir como la “prima” de la pizza: la focaccia, que no lleva salsa de tomate, tiene un pan más grueso y esponjoso, un proceso de levadura más largo y su forma es predominantemente rectangular.

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El encuentro de dos mundos

Se le llama pizza por el verbo participio pasado del verbo latino pinsere, que quiere decir “presionar, aplastar o machacar”, aludiendo al tratamiento que se le da a su masa. No podría existir la pizza como la conocemos hoy sin el tomate (el cual se creyó venenoso por algún tiempo) y, para ello, había que esperar el choque del Viejo Mundo con el Nuevo Mundo.

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Port Alba: la primera pizzería

Posteriormente, en Nápoles sobre todo, la euforia de la pizza comenzó a estallar al grado que los pizzeros se separaron del gremio de los panaderos para dedicarse exclusivamente a este prodigio y comenzaron a venderlas en las esquinas. Es de 1830 que se tiene registro de la primera pizzería, también en Nápoles, llamada Port Alba, la cual sigue abierta hasta el día de hoy.

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Raffaele Esposito y la pizza margarita

Y sabemos también que fue Raffaele Esposito a quien debemos diversos sabores de la pizza, sobre todo la pizza margarita, que se llama así debido a que se le solicitó cocinar pizza para los reyes italianos Don Humberto I y Doña Margarita de Saboya. Les envió tres combinaciones distintas y, la última, tenía los colores de Italia: rojo (la salsa), verde (la albahaca) y blanco (el queso). Esta fue la favorita de la reina y por eso se bautizó con su nombre.

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