Hoy me gustaría llevarlos de la mano por un viaje en el tiempo a Austria, aproximadamente a 1776, cuando el extravagante compositor Wolfgang Amadeus Mozart tenía 20 años aproximadamente. La vida y la obra de Mozart estuvieron marcadas por los contrastes: si bien su música era reconocida como alegre y juguetona, también tenía un lado melancólico que de vez en cuando se asomaba, casi como un espejo de su propia personalidad.

Si bien tenía un grupo de alumnos y admiradores que le respetaban y querían profundamente, tenía a sus detractores, que ciertamente no dudarían en generar cualquier malicioso cotilleo para hacerle quedar mal frente a las cortes y los mecenas. A pesar de su implacable disciplina para componer, tenía un comportamiento algo caótico, impredecible y que en muchas representaciones, tanto en libros como en películas, muestra ciertos tintes de una neurodivergencia para la que no había tratamiento o diagnóstico en el período del clasicismo.

A esto también se le atribuye la terrible gestión económica del joven músico. Sin embargo, algo que nadie podía refutar sobre Mozart, era que le daba rienda suelta a sus placeres, en especial a la comida. Richard Wagner, autor de obras como Tristán e Isolda y El oro del Rin, se dio a la tarea de recolectar un vergel de datos, correspondencia, testimonios y recetas que trazaron la ruta gastronómica que seguiría Amadeus no solo en las dos ciudades que habitó: Salzburgo y Viena, sino también los platillos que probó en sus giras.

Por ejemplo, una carta interceptada, escrita por Leopoldo Mozart (su padre) nos muestra algunos consejos que el padre le daría a su hijo para combatir un resfriado: “Come tanta sopa como quieras, procura no comer carne, y en caso de que sí, que sea un pulmón bien cocido o una papilla bien hecha”.

Uno de los platillos más queridos por el compositor era el bacalao con ostras, aunque también, como admirador del poderoso Reino Unido, tenía un cariño especial por la pierna de cordero estilo londinense. Cuando hizo su gira por París, el músico probaría también la langosta a la madame Pompadour en una cena un poco incómoda con el rey Luis XV y su mistress.

Además, disfrutaba mucho toda la confitería y golosinas que se preparaban en Viena, como se muestra en la película de ficción histórica Amadeus; sin embargo, no tenemos aún prueba de que haya sido Antonio Salieri quien le haya propiciado estas golosinas de mascarpone y mazapán como lo vimos en el filme. Sin embargo, la comida favorita del compositor era la codorniz al vino blanco con melón, era su platillo favorito en la cotidianeidad y solía comerlo para celebrar el éxito de algún estreno. Una de sus experiencias exóticas culinarias más memorables fue en Moldavia, que hoy en día sería el territorio que conocemos como República Checa.

En este lugar, la gente no solo parecía disfrutar y comprender su música más que en cualquier otra parte en la que hubiese estado, sino que también el artista se sentía más como en casa. Estando en Praga, probaría las famosas carpas a la cerveza que después le describiría a su padre en una emocionada misiva contándole de su éxito en Moldavia.
La música y la cocina parecen estar unidas en un modo curioso y muy interesante. Si te interesa saber más de las comidas favoritas de los músicos o conocer más datos interesantes músico-gastronómicos, escríbenos por Instagram a @guia.gastronomica.cdmx