Es un hecho, todos conocemos a Beethoven. Ya sea porque amamos su música, por la cruenta historia de su sordera o simplemente por cultura general. Quienes gustan de adentrarse en los detalles un poco más morbosos de la vida de los artistas y los compositores que admiramos, sabrán que Beethoven tenía un temperamento… especial. Se impacientaba fácilmente, no gustaba especialmente de la socialización y tenía rituales y rutinas muy estrictas que, de no poder seguir al pie de la letra por cualquier imprevisto, se descolocaba por completo. Uno de estos rituales, era iniciar su día con una taza de café.

Primero que nada, café
A pesar de vivir en Viena, cuyos cafés son considerados patrimonio cultural intangible de acuerdo con la UNESCO, Ludwig prefería preparar él mismo su café. Para ello usaba una técnica que había ideado y perfeccionado en Salzburgo, conforme a la cual molía siempre 60 granos de café (8 gramos de café molidos), que contaba meticulosamente cada mañana, y los colocaba en una cafetera que había diseñado el propio compositor, con un receptáculo similar a un matraz Erlen Meyer, e identificable con las cafeteras de sifón actuales. A pesar de esto, los historiadores del café no reconocen a Beethoven como un eslabón de la evolución de las cafeteras.

No cualquier pasta y no cualquier queso
Según su biografía oficial, escrita por su exsecretario, la comida favorita de Beethoven eran los macarrones con queso. Tomemos en cuenta que tanto la pasta como el queso durante esa época eran un alimento de lujo, la pasta se importaba desde Nápoles, mientras que el queso debía tener el sello que certificase su origen parmesano. En algunas cartas a distintas amantes y crushes que tuvo, aprovechaba para contarles sobre la comida vienesa, y los lujos a los que tenía acceso por el éxito de sus obras.

Del mar
Para Ludwig, las texturas de la comida pesaban enormemente en sus gustos. Prefería la carne de pescado blanco antes que la de res o aves, aunque nunca rechazaba un buen asado de ternera. Otro platillo indispensable en la vida del compositor era el abadejo con papas en salsa de vino blanco, que probó por primera vez durante su estadía en la orquesta de Salzburgo (siendo el miembro más joven durante toda su participación). Con un poco menos de furor, gustaba mucho de la sopa de huevos ahogados, que siempre solicitaba con 12 huevos exactos. Prefería los vinos dulces sobre los vinos secos y era un gran entusiasta de la cerveza.
